martes, julio 08, 2008

REENCUENTRO

La llamada me había tomado por sorpresa, no sabía si debía o no asistir a la cita y luego pensé “¡Al Diablo! No tengo por qué ser yo la que tenga miedo” Tomé una gran bocanada de aire al ver que se acercaba un taxi y lo hice parar.

Durante el corto trayecto vinieron a mi mente las imágenes más diversas, mezcla de placer, alegría, tristeza y abandono. La experiencia pasada con él no era de las mejores pero estaba dispuesta a sentarme a conversar como si nada hubiese pasado, como si el tiempo se hubiese detenido hace ya casi 10 años.

La noche avanzó entre risas, tabaco y alcohol, hasta que te pusiste de pie y me robaste un beso, un beso que llegó hasta mi alma y la hizo temblar. Mi respiración se agitó, sentía tus manos acariciando mi cuello, generando suaves círculos alrededor de mi nuca, provocando en mí el deseo y excitación que pensé perdidos.

Lentamente comencé a tocar tu pecho, a sentir tu respiración agitarse junto a la mía, me tomaste de los hombros y me obligaste a levantarme, apoyada en el arco del comedor me besaste salvajemente, tu boca pasaba rápidamente de la mía a mi cuello y viceversa. Tus manos buscaban entre mis ropas las cumbres de mis pechos erguidos esperando por tus caricias.

Lentamente fui despojándome de mis ropas para poder ofrecerte mi cuerpo deseoso del tuyo, tus manos jugando con mis pezones orgullosamente erguidos mientras mis manos desabrochaban tu cinturón, bajaban el cierre de tu pantalón hasta llegar a tu sexo erguido frente a mi.

De pronto tus manos bajaron hasta mi sexo, buscando suavemente mi clítoris, buscando mi humedad, provocando oleadas de placer y deseos de tener tu sexo dentro de mí.

Me hiciste girar rápidamente y me embestiste suavemente al principio, para luego ir aumentando el nivel de fuerza hasta que las sensaciones dentro de mí comenzaron hacer mis piernas temblar. Sentía cómo tu sexo penetraba en mi una y otra vez, sentía tus gemidos sobre mi espalda y deseaba más y más a cada minuto.

Me llevaste al sillón, te recostaste sobre él y pude ver tu pene frente a mí, ofreciéndose en toda su magnitud. Mi boca deseosa de él no se demoró en comenzar a jugar con él; suavemente primero y subiendo de intensidad después. Mi lengua pasaba a lo largo y ancho de él, buscando saborear hasta la última gota de tus fluidos que ya se encontraban mezclados con los míos. Tu cara de satisfacción y tus gemidos me decían que querías más y más.

Rápidamente me despojé de mis botas para poder sentarme sobre ti, sentí cómo nuevamente me penetrabas, pero esta vez a mi propio ritmo. Mis manos tomaban tu cabeza y la llevaban a mis pechos, tu boca succionaba primero un pezón, luego el otro, suavemente mordías, disfrutando de cada movimiento, mis caderas giraban en redondo mientras subían y bajaban hasta que sentí cómo mi cuerpo se estremecía en un orgasmo el cual fue deliciosamente acompañado por el tuyo.

En el éxtasis del momento, cansados por el esfuerzo realizado, sentados en el suelo uno frente al otro, me di cuenta que quería continuar, no quería acabar nunca más, quería quedarme ahí, desnuda a tu merced.

Leyendo mis pensamientos me arrastraste hasta tu dormitorio, encendiste la luz, me subí a tu cama dispuesta a dejar que hicieras con mi cuerpo lo que quisieras. Tu boca pasó de mis labios hasta mi sexo, tus dientes mordían suavemente mi clítoris mientras tu lengua lo estimulaba con rápidas y certeras pasadas sobre él. No sé cuánto tiempo estuviste haciéndolo, sólo sé que dos pequeños orgasmos vinieron sucediéndose en mí cuerpo, como una marea de deseo sin fin.

De pronto me diste vuelta y volviste a penetrarme, pero esta vez con más violencia, tus manos golpeaban mis nalgas suavemente mientras yo suplicaba por más. Sentía cómo te hundías en mí ser, sentía como entrabas y salías. Mi mano bajó hasta llegar a sentir cómo tu sexo entraba en el mío, me detuve en mi clítoris y lo estimulé un poco mientras seguías embistiéndome, busqué el tallo de tu pene, lo toqué y estimulé mientras otro pequeño orgasmo venía a sacudir mi cuerpo.

Te alejaste un poco y tus dedos comenzaron a jugar en el entorno de mi ano, introdujiste un dedo y supe que estaba perdida, supe que no podría decirte que no, supe que si no lo hacías te iba a gritar suplicando hasta que lo hicieras.

Lentamente comenzaste a introducirte por mi ano, sentí dolor y placer a la vez, el dolor iba desapareciendo lentamente, así como ibas aumentando el ritmo. Mis orgasmos se fueron sucediendo uno tras otro, al igual que tus gemidos, hasta que explotaste al fin dentro de mi, tus fluidos mojaban mi sexo como nunca antes lo habías hecho.

Reposando uno al lado del otro, aún con ganas de seguir, supe que esa noche había valido más que cualquier otra noche de hace 10 años.